El Gobierno de EEUU y la Reserva Federal -el equivalente al Banco de España en aquel país- han vuelto a tender la mano a dos empresas privadas víctimas de la crisis del sector hipotecario, al igual que hizo el pasado mes de marzo con el tercer banco de Wall Street, el Bern Stern.
Al margen de la peculiar estructura empresarial de ese país en lo referente a entidades financieras relacionadas con el sistema hipotecario, de hecho estas dos empresas pertenecen a un grupo llamado empresas patrocinadas por el Gobierno –paradójica figura jurídica-, cabe lanzar dos reflexiones generales que nos sirven también a España y a la Unión Europea.
¿Es razonable que el Estado acuda en ayuda de la empresa privada en situaciones de crisis? Es decir, ¿es razonable saltarse las sacrosantas normas del mercado, tan invocadas en los momentos en que se cuestionan los efectos y defectos sociales de ese mismo sistema?
A lo mejor es tiempo de repensar el papel del Estado en las economías de los países democráticos –eufemismo de capitalistas, como casi siempre que se emplea-, que en los últimos tiempos está quedando reducido a migajas gracias a las teorías neoliberales, las cuales están empezando a tomarse por axiomas.
No parece muy razonable que quede reducido a una UVI del sistema financiero en momentos de crisis. Cuando truena, todos nos acordamos de Santa Bárbara.
(Enlace a la noticia de El País.)
Esta noticia llega a la par que la compra por 1.625 millones de euros del banco británico Alliance & Leicester por parte del Banco de Santander y la suspensión de pagos –ahora se llama concurso voluntario de acreedores, otro eufemismo- de Martín-Fadesa, la mayor inmobiliaria española.
Parece ser que en este último caso, al contrario que en EEUU, el gobierno español no ha acudido a través del ICO en ayuda de esta empresa para financiar sus 4.000 millones de euros de deuda, a pesar de las promesas preelectorales del presidente Zapatero, según cuentan Jesús Cacho y Carlos Hernanz en Cotizalia, quienes ya advierten del caos en que podría quedar sumida la economía si se extiende la desconfianza bancaria.
Cifras apabullantes que confunden a los ciudadanos -o ciudadanas que diría Aído- que para pagar la fruta o el pescado para sus hijos tienen que dejar de tomar cañas o ir a la peluquería.